Primeras y últimas voluntades
El doctor La Fuente, contrariado por la última conversación con una familiar de uno de sus pacientes de la planta de paliativos, contrarresta posibles dudas con autoinstrucciones, mientras se cambia para regresar a su hogar:
—Mi primera voluntad está movida por una llamada divina, inspirada por “san Josemaría”. El Opus Dei me anima a alcanzar la santidad, y a ayudar a los demás a buscarla, en las pequeñas cosas de cada día: en los trabajos, las contrariedades, las rutinas… Mi trabajo diario y mi empeño por transmitir la fe cristiana deben ser el principal reflejo de mi compromiso con Dios.
—Del juramento hipocrático original que un día hice no olvidaré que “Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura...".
Cuando llega a su casa le da la bienvenida con alegría y entusiasmo una pequeña caniche blanca adelantándose a los besos de su mujer y de sus seis hijos. La perrita es la niña mimada de toda la familia aunque ya sea de edad avanzada para su raza. Almuerzan todos juntos agradeciendo a Dios los dones recibidos.
Mientras, en la habitación aséptica de gérmenes del hospital provincial se desbordan las emociones y sentimientos de impotencia lejos de su casa del pueblo. Aislada de todos por el COVID19, Juana solo se puede comunicar con su familia y amigos por teléfono, mientras escucha de fondo los estertores arrítmicos de una respiración fatigada. Comenta con su hijo mayor la situación del padre sin ninguna esperanza de recuperación. Relata la conversación desagradable que ha tenido con el Dr. La Fuente en la entrevista informativa prescriptiva.
—¿Doctor, cómo se encuentra mi marido?
—Su situación no es buena, pero estamos haciendo todo lo posible para que no sufra.
—¿Existe alguna esperanza para su recuperación?
—Nunca se sabe, nosotros hacemos todo lo que está en nuestra mano para mantenerlo vivo con el menor sufrimiento y el resto está en manos de Dios.
—Pero si mi marido no es religioso.
—Eso no importa.
—Lleva así muchos días y se me parte el alma que no pueda hablar ni comunicarse de alguna forma conmigo.
—Usted sabe que se le está alimentando por suero y medicándole con sedantes hasta donde podemos para que no sufra. Es por ello que está en esa situación.
—¿Y si es una situación irreversible para qué mantener esta agonía?
—¡Es que preferiría dejarlo sin alimento y que se muriera como un perro!
—¡Claro que no, pero...!
—Entonces, confíe en nosotros que hacemos como profesionales lo más adecuado para estos casos.
—No es cuestión de confianza, es que para esto hizo su testamento vital y me nombró a mí como su representante y a sus hijos como testigos.
—¿El testamento vital de la Conferencia Episcopal Española?
—No, el testamento vital del modelo de la Generalitat de Catalunya. Aquí lo tengo.
—No lo conozco muy bien, pero no puede ir en contra de la vida humana, estoy seguro. Ni puede ir en contra del juramento que como médico hice para salvar y preservar vidas.
—Habla de dignidad humana y del derecho a disponer de su vida y su manera de morir.
—La vida en este mundo es un don y una bendición de Dios y yo me consagré a protegerla.
—Pero si tiene metástasis avanzada, ¿qué vida es esta en estos momentos?
—¿Qué me está pidiendo, qué lo deje morir, que es tanto como ayudarle a matarlo?
—Le pido que tenga compasión.
—Porque tengo compasión no dejo que usted cargue con la responsabilidad de decidir su muerte. Amar mi profesión y desarrollarla con la mayor dedicación es lo mejor que puedo hacer. Y usted me lo debería de agradecer.
—¿Entonces, esta situación cuánto va a durar?
—Lo que Dios quiera.
Los familiares e hijos de Juana, indignados, no entienden como un determinado médico puede disponer de la manera de morir de Paco. Conocen casos similares de otros médicos que aumentan mínimamente la sedación facilitando la llegada de la muerte para evitar alargar una agonía innecesaria. De lo contrario, el sufrimiento, aunque paliado, es objetivamente manifiesto. Para estos casos se crearon los testamentos vitales y en algunos países la ley de eutanasia. Para articular los derechos individuales de las personas enfermas y de los profesionales sanitarios.
—Mamá, ¿por qué no ejerce su derecho de objeción el Dr. La Fuente y nos deja a los demás vivir y morir en paz?
—Después de la conversación que te he contado te habrás dado cuenta de su posicionamiento. Tiene muy claro que tiene la sartén por el mango. Es consciente que tiene la última palabra.
—¿Pero no vamos a poder hacer nada…? ¿Él no prometió según la declaración de Ginebra: “RESPETAR la autonomía y la dignidad de sus pacientes; y NO PERMITIR que consideraciones de edad, enfermedad o incapacidad, credo, origen étnico, sexo, nacionalidad, afiliación política, raza, orientación sexual, clase social o cualquier otro factor se interpongan entre sus deberes y sus pacientes”?
—Tendríamos que pleitear y la situación de tu padre no lo aguantaría.
—O sea, pedir a Dios, no al suyo, que en un cambio de guardia otro médico se apiade de nuestra situación. Cosa poco probable siendo el jefe del servicio.
—Lo que más me duele de esto es que nos haga sentir que somos unos egoístas y que por comodidad nos queremos quitar este muerto de encima.
—Como si él quisiera a papá más que nosotros.
—Tendremos que soportar no cumplir la última voluntad de tu padre y su próxima pérdida simultáneamente.
El Dr. La Fuente como todas las mañanas acude puntual a su trabajo en el hospital provincial. Reparte buenos días nos de Dios a todos los que se encuentra. Repasa las indicaciones de los enfermeros que se ocupan de sus pacientes y prescribe meticulosamente los ajustes de los tratamientos paliativos para que se preserve la vida ante todo. En el trascurso de la mañana le avisan de su casa porque su perrita está convulsionando y no saben que hacer. Pide un permiso para ausentarse de forma urgente y atender a su familia. Cuando llega está su mujer llorando desconsolada mientras abraza a la caniche blanca. Al examinarla comprueba que es un caso para visitar al veterinario de urgencias.
En la clínica veterinaria con preocupación contenida el matrimonio espera, mientras le realizan diferentes pruebas diagnósticas a su perrita, en una sala de vivos colores y decoración muy amigable. En un testero bien visible de la estancia destaca elegantemente enmarcado un texto: “Juro que cumpliré con honradez y seriedad todas las finalidades de mi profesión. Trataré por cuantos medios científicos estén a mi alcance, de proteger la vida de los animales útiles al hombre, así como evitaré el sufrimiento innecesario de los mismos.”
Los resultados son concluyentes y desalentadores. Aparecen tumores. Por la avanzada edad de la perrita y la ramificación de los mismos es poco aconsejable su intervención. Sería un sufrimiento innecesario que alargaría un desenlace inevitable. El veterinario aconseja una inyección letal que acabe con su agonía. El matrimonio se aparta para deliberar intercambiándose miradas humedecidas por las lágrimas que se le agolpan en sus ojos. Deciden que no le van a hacer pasar ningún mal rato a sus hijos, además de la fatal noticia de la pérdida de su niñita peluda. Por lo tanto, permitir la eutanasia activa del veterinario es la mejor decisión. Ellos son sus dueños y, además, no soportarían convulsiones y espasmos continuados de alguien tan querida por toda la familia.
El Dr. La Fuente se toma el resto del día de permiso para asimilarlo y preparar el duelo con su mujer y sus seis hijos. Les dirán que su perrita se ha ido a un sitio mejor, un cielo que Dios tiene preparado para animales muy queridos por sus familias. Al día siguiente, apenado, puntualmente acude a su trabajo en el hospital provincial para asegurarse que sus pacientes vivan lo más posible.
Francisco Javier Chamizo Muñoz
pCh 2021
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